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Los saltos de Hanuman

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A Hanuman lo que le gusta es saltar.

Cuando era todavía un mono chiquito, se conformaba con saltar de rama en rama.

Después comenzaron otras aventuras.

Una vez saltó cruzando el mar desde India hasta la isla de Lanka, para ayudar a Rama.

Ravana había secuestrado a Sita y la tenía presa, bajo la vigilancia de unas demonesas. Y Hanuman fue a buscarla.

Algunas historias cuentan que cuando dio este tremendo salto para ir a Lanka, en mitad del océano apareció una serpiente gigante. Hanuman cayó en sus fauces. Pero creció y creció y creció. Se hizo tan grande que la serpiente marina tuvo que abrir la boca. Hanuman se hizo pequeño en un instante y se escapó entre sus colmillos.

La cosa es que Sita no quería volverse volando con Hanuman. Quería que Rama tuviera la oportunidad de ir a buscarla él mismo. Así que Hanuman convocó todo un ejército de monos y osos y juntos construyeron un puente hasta la isla.

No todo el mundo es capaz de cruzar el océano de un salto, como si fuera un charco en un día de lluvia.

En otra ocasión, en mitad de la batalla contra Ravana, una flecha envenenada hirió a Lakshmana, el hermano de Rama. Y Hanuman volvió a sus saltos: desde Lanka hasta los Himalayas, para encontrar la hierba medicinal que necesitaban para curar a Lakshman. Y vuelta.

En esta ocasión, cuando llegó a los Himalayas, se encontró con que todo estaba lleno de hierbas! Como no tenía muy claro cuál era la buena, les llevó la montaña entera. Y así los sabios pudieron salvar a Lakshmana.

*

Pero su salto más alucinante es el que hizo, cuando aún era solo un chaval-mono y quiso comerse el sol.

Cuando Hanuman era chiquito, vio un día a Surya, el sol, entre las hojas de los árboles y creyó que era un enorme mango.

Se lanzó con un brinco a darle un bocado. Surya se hacía cada vez más grande conforme Hanuman se acercaba a él. Y Hanuman iba tan lanzado que en mitad del salto se chocó con Rahu.

Rahu ya llevaba unas cuantas Kalpas vagabundeando por el universo devorando planetas. Es el dios Eclipse.

Pero el tema es que Rahu se enfadó un montón, se fue a contárselo a Indra, el general de los dioses. Y Indra que aprovecha cualquier ocasión para meterse en broncas, le lanzó un rayo. Hanuman se desplomó en la tierra, y allí se quedó, tumbado, con la mandíbula rota.

*

Vayu, el dios del viento, vio lo que le había pasado a su hijo.

Al dar rienda suelta a su ira, se llevó el aire de los tres mundos consigo. Todos los seres comenzaron a asfixiarse, nadie podía respirar. Las plantas se marchitaban. Las nubes no se movían. El tiempo se había parado.

Todos los dioses reaccionaron de golpe. Bajaron corriendo a reanimar a Hanuman, llenándolo de regalos y superpoderes: Indra, arrepentido del golpe que le había metido, le hizo inmune al poder del rayo, y ningún otra arma podría herirle nunca más. Brahma le dio el poder de cambiar de forma y tamaño. Varuna, señor de los océanos, le protegería de las aguas. Agni, el fuego, le hizo ignífugo. Vishvakarma, el arquitecto de los dioses, le concedió quedar a salvo de cualquiera de las formas de la creación.

También le dieron el superpoder de estar casi siempre contento y de aterrorizar a sus enemigos. Uno de ellos dijo: será el más fuerte y el más sabio. Vivirá para siempre.

Hanuman se despertó lleno de fuerza y inspiración… solo para seguir liándolas muy pardas con sus travesuras.

Hasta que un día, los sabios ascetas del bosque, que siempre tienen un temperamento tremendo y muy poca paciencia, se cansaron y le lanzaron una maldición.

Y hicieron que Hanuman se olvidara de todos sus superpoderes.

Así que hay que estar siempre cerca de él para recordárselos.

De India a Lanka, desde los valles hasta las cimas de los Himalayas, desde las ramas de los árboles hasta el sol, desde el exterior a lo más profundo y vuelta. En Hanuman todo paso es un salto al vacío; nos habla de nuestra capacidad instintiva para aceptar desafíos, nuestra concentración para deshacer los nudos que se nos presentan, la valentía para lograr nuestros deseos, la lealtad hacia todo aquello en lo que creemos, y el juego, siempre a caballo entre el recuerdo y el olvido, de ser más conscientes.